Compartimos con ustedes en esta oportunidad la siguiente columna de opinión del vicepresidente de la Juventud Socialista de Chile y ex asesor del Colectivo Socialista Rodrigo Muñoz Baeza, publicada originalmente en la revista online Rosa (www.revistarosa.cl):
Partamos por olvidar que el estallido social fue un triunfo de nuestras ideas, al mismo tiempo que establezcamos como punto de partida que las izquierdas abandonemos la nueva Constitución para llenar el vacío de proyectos políticos que adolecemos. Debemos tener en cuenta que hay un cansancio muy grande de la manera en que se vienen haciendo las cosas, que es responsabilidad de los grandes actores políticos, sociales y económicos. Intuitivamente han olido eso quienes están negociando el segundo acuerdo constituyente, dejando fuera un nuevo plebiscito de entrada. Si bien las expectativas de cambio siguen estando vigentes, nada hace creer que este momento se mantenga inalterable en los siguientes meses y no se vuelva un malestar cada vez mayor, como pareciera que están leyendo el Partido Republicano como el PDG esta coyuntura.
1. La importancia de encontrar razones para una derrota
Conocidos los resultados del plebiscito del 4 de septiembre, ha costado encontrar en las izquierdas chilenas, como en sus intelectuales, razones que hagan sentido sobre el resultado de un proceso constituyente inédito en nuestra historia, en especial respecto de aquellos sectores que tuvieron el poder y la influencia para que fuera distinto el desarrollo de la Convención.
Coincidentemente, han provenido de los mismos lugares las voces que han empezado a configurar excusas centradas en que hubo una actitud tendenciosa en los medios de comunicación, un desnivel abismal en el gasto electoral o que el rol de las redes sociales esparciendo falsedades fueron determinantes.
Aún asumiendo que todo lo anterior pudo ser real, ellas son argucias decepcionantes. Frente a la evidencia del resultado, algo se debe haber hecho demasiado mal para que luego de que un 80% escogiera el camino constituyente, mediante una asamblea, hoy nos tengamos que lamer las heridas de una paliza vergonzosa.
¿Todo fue malo en la Convención? No, porque se dieron varios debates que mantuvieron el interés mediante una politización de contenidos sana, como régimen de gobierno, Estado regional, democracia participativa, paridad de género, pueblos originarios, derechos sexuales y reproductivos, entre otros. No obstante, se perdió la oportunidad para construir un proyecto país con mayor dialogo entre el eje izquierda-derecha, en medio de la ola que renombró cada institución y se enfrascó en disputas con todo tipo de autoridad democráticamente electa, desde senadores hasta concejales.
Si bien las palabras de Cristian Pérez fueron duras, no deja de ser menos cierto que ésta es probablemente la derrota más grande que hemos tenido en nuestra historia, porque no la provocaron nuestros adversarios, sino la misma clase que decimos representar, y nada menos que mediante el ejercicio del voto[1]. Sin embargo, pareciera que no hacernos cargo de eso.
Lo anterior es importante, no sólo para repartir culpas, sino porque si nos quedamos con lo que está pasando en la superficie del mar y no miramos lo suficiente cómo se están moviendo las aguas debajo, podría implicar enfrentarse a un segundo proceso constituyente sin tener claro qué falló para no repetir errores, como correr el riesgo de diluir el estallido social en la más absoluta irrelevancia.
En ese sentido, Noam Titelman[2] ha identificado tres razones provisorias para la derrota: el rechazo a la política de espectáculo en la Convención; la homologación de la Convención con la política tradicional; y la reacción de las identidades tradicionales ante la fuerza que tuvieron identidades subalternas en el proceso.
Compartiéndolas, él describe que se desprenden dos interpretaciones posibles: una, que se quebró el ethos del estallido como disputa entre arriba/abajo, por la entrada del votante mediano, cuya configuración reintrodujo el eje clásico izquierda/derecha. Otra, que el ethos de disputa arriba/abajo se ha mantenido, pero transfiriéndose la hegemonía de la indignación contra las elites desde la izquierda hacia la derecha, reforzando las identidades sociales tradicionales.
Esto último es altamente preocupante, siendo relatado por Stefanoni pulcramente en su último libro[3]. En términos sencillos, el objeto a odiar no es el “facho”, sino el “progre”, algo que pudimos ver florecer en la campaña de José Antonio Kast. Y es preocupante porque frente a eso no hay distinción entre frenteamplistas y concertacionistas, sino que todo el progresismo es sinónimo de lo políticamente correcto, por ende, lo transgresor es levantarse en su contra. En ese sentido, entraríamos en un escenario que ya hemos visto en las democracias europeas con Vox, Rassemblement National, Fratelli, Chega!, Fidesz, Sverigedemokraterna, entre otros.
2. El segundo acuerdo constituyente
¿Cómo avanzar con estas consideraciones? Sólo el avance del tiempo nos podrá aclarar hacia donde van las tendencias de Chile. En principio tenemos los datos de las últimas encuestas, que nos dan algunas guías.
Criteria nos dice que al Rechazo se le asoció con el combate al narcotráfico como con el crecimiento económico, mientras que al Apruebo con derechos sociales y redistribución de la riqueza[4]. A su vez, Espacio Público identificó como el principal defecto del proceso constituyente la falta de acuerdo en temas claves, y que un 77% de las personas encuestadas hubiera preferido la negociación de acuerdos[5]. También un dato interesante es que 82% privilegiaría para la nueva Convención candidatos independientes –sin movimientos significativos respecto a la previa de la elección de constituyentes de 2020–, teniendo cambio relevante el dar un mayor apoyo a que se cuente con expertos (80%)[6] antes que con personas comunes.
Con todo esto sobre la mesa, tendríamos que considerar que la primera interpretación tiene más fuerza, y por ende deberíamos buscar conformar un órgano más proclive a acuerdos. Eso significa que no puede ser una Convención con las mismas reglas que la primera, tanto en el mecanismo –que asegure una participación determinante a la derecha– como en los contenidos –mediante más “bordes” que limiten la discusión de fondo.
Esto se está traduciendo en las conversaciones desarrolladas en el Congreso, con un esfuerzo centrado en lograr velozmente un nuevo acuerdo político para habilitar un segundo proceso constituyente. No obstante, la premura que se está teniendo no se condice con los límites materiales que ha informado el Servicio Electoral, señalando que lo razonable es tener elecciones constituyentes en abril de 2023 y un plebiscito de salida en diciembre del mismo año[7]
¿Por qué es necesario mencionar lo anterior? No es tan sólo un punto técnico, sino profundamente político: el resultado del 4 de septiembre debe llevarnos a construir un debate político que sea menos polarizado, simplista y binario, pero para eso se requiere de reflexión. Seguir en la senda de agudizar las distancias con lo común, así como de ser incapaces de introducir certidumbres, lleva a que sigan flojos los hilos que mantienen a una sociedad cohesionada.
Si en el mejor de los casos se logra un acuerdo en octubre, implica un espacio de 6 meses para la siguiente elección, en el cual debemos fortalecer al gobierno y las coaliciones que lo sustentan, así como formar una respuesta política seria a este desafío, ya que no habrá una nueva chance. A eso se suma que es posible que el método de elección de constituyentes signifique una nueva vuelta de tuerca, con las listas nacionales, cerradas y bloqueadas, que favorece la cercanía partidario-programática antes que las cualidades individuales de los candidatos.
El 85% de participación en el plebiscito puso en el tapete a lo que antiguamente llamábamos “sectores apolíticos”, que, por la manera en que votaron, no eran anarquistas ni tampoco antisistema. Aunque faltan datos, se podría aventurar en la tesis de Araujo, que eran más bien actores que preferían retraerse del debate político, debido al circuito de desapego que lleva a su desidentificación y distanciamiento con las instituciones como de los grupos sociales[8].
Para ellos hay que encontrar la manera de articular los cambios sin generar mayores incertidumbres. Quiérase o no, es bastante parecido al dilema que tuvo la Concertación al volver a la democracia. Independiente de la valoración que se tuvo de ella, consolidaron una forma de hacer política que les permitió superar momentos complejos de nuestro país, lo cual fue valorado electoralmente por la ciudadanía por dos décadas.
Al final del día, no podemos olvidar que los procesos constituyentes tienen múltiples complejidades que son difíciles de abordar y, por lo mismo, son el resultado de amplios consensos políticos, económicos, sociales y culturales.
Ahora, ¿sigue siendo necesaria una nueva Constitución? Nuestro corazón siempre dirá que sí, pero también, como indica Tania Busch[9], hay varios de los principales ejes de críticas que se mantienen vigentes: su origen autoritario y la imposibilidad de legitimarla –a pesar de que las reformas realizadas en el año 2005 le dieron un revestimiento parcial, dicho camino se encuentra agotado–; así como la opción ideológica neoliberal y la débil consagración de derechos económicos, sociales y culturales –el Estado social y democrático ha conseguido apoyo desde la derecha como nuevo paradigma.
A lo anterior podemos agregar[10] la visión mono cultural y nacional que no reconoce la diversidad de la sociedad –más allá de la distancia con la plurinacionalidad, se da por sentado que deba haber un reconocimiento constitucional a los pueblos originarios–; el centralismo territorial que asfixia a las regiones como comunas –uno de los puntos que sí recogió apoyos de la derecha en la comisión de forma de Estado de la Convención–; y un caduco diseño presidencialista que no conversa con el sistema electoral.
Respecto de este último punto me gustaría adentrarme, dado que fue uno de los debates más álgidos que se dieron en la primera constituyente. El presidencialismo atenuado con bicameralismo asimétrico y reelección inmediata fue una fórmula de compromiso entre las izquierdas que no funcionó. Pasando de largo el punto de que no se parecía a nada democráticamente aconsejable de seguir en materia comparada, fue difícil encontrar que esa fuera una solución amparada en nuestra tradición constitucional y que a la vez diera cuenta de las dificultades de los últimos cinco gobiernos.
No nos vamos a remontar a Linz, Godoy y Valenzuela, pero este es un problema del que no debemos hacerle el quite, entre presidencialismos y parlamentarismos. Hay que escuchar más a cientistas políticos (Cheibub, Mainwaring, Shugart, Negretto, etc.) que han estudiado en los últimos 30 años el impacto de las instituciones en las democracias. La amplia variedad de alternativas que tenemos debe encaminarnos a forjar un real pacto político, con reglas formales como informales, que tenga como objetivo generar un sistema que nos aleje de elementos propicios para quiebres democráticos.
3. A la constituyente lo que es de la constituyente
Reconociendo la existencia del desapego, así como los límites y las contradicciones de un individualismo –para bien o para mal– enquistado en lo profundo de nuestra forma de relacionarnos, podremos ensayar alternativas hacia una nueva valoración de lo colectivo y construir la confianza y la cohesión necesaria para consolidar una sociedad democrática, justa y participativa.
El plebiscito de 2020 fue un espaldarazo para encausar el debate institucionalmente, sin embargo, los caminos para transitar hacia un país más digno eran varios y no todos se debían abordar exclusivamente por una Convención, ni menos creer que las únicas soluciones correctas son las que ofrece una parte del espectro político.
A la luz de los hechos, creo que hay un gran malentendido en creer que esa mayoría que salió a las calles en 2019 quería cambiar las cosas en el sentido que los movimientos sociales y las izquierdas visualizaban. Partamos por olvidar que el estallido social fue un triunfo de nuestras ideas, al mismo tiempo que establezcamos como punto de partida que las izquierdas abandonemos la nueva Constitución para llenar el vacío de proyectos políticos que adolecemos.
Debemos tener en cuenta que hay un cansancio muy grande de la manera en que se vienen haciendo las cosas, que es responsabilidad de los grandes actores políticos, sociales y económicos. Intuitivamente han olido eso quienes están negociando el segundo acuerdo constituyente, dejando fuera un nuevo plebiscito de entrada. Si bien las expectativas de cambio siguen estando vigentes, nada hace creer que este momento se mantenga inalterable en los siguientes meses y no se vuelva un malestar cada vez mayor, como pareciera que están leyendo el Partido Republicano como el PDG esta coyuntura.
Es claro que durante dos años hemos centrado el debate en lo constituyente, dejando otros temas relevantes para el país de lado. Sin embargo, si somos contumaces y nos empecinamos en dejarlo en el centro, puede que aumente la sensación de que el tema constituyente es una manera de elitización y aislamiento de la política para evadir las preocupaciones concretas de la gente: economía y seguridad.
Quizá sea bueno, como lo señalan Araujo y Luna, bajar el tono para sacar tantas expectativas encima que no se pueden cumplir mediante un texto. Es aquí donde debe relucir el oficio para que cuestiones como la reforma tributaria, a las policías y la de pensiones sean gestiones de la política. Lo constituyente puede solucionar algunos problemas centrales y simbólicos, pero hay muchas cuestiones que le exceden o, en el mejor de los casos, puede a lo más habilitar para el futuro.
Un camino es la idea de poner “bordes” al debate constituyente, sin embargo, esto hará ver al órgano constituyente limitado y disminuido en comparación al mismo Congreso Nacional. Cerrar debates ex ante le quita la calidad reparatoria a la constituyente. Además, la elección de algunos temas por sobre otros –como la libertad en pensiones, salud o educación– es un hecho profundamente ideológico.
Otra vía es perder algunas de las características que hicieron único al primer proceso: democrático, paritario, con participación de pueblos originarios y con independientes. Particularmente esta última es la favorita en desaparecer, seguida de la morigeración de la cantidad de escaños reservados. Empero, hay que poner sobre la mesa que intentar hacer lo inverso, esto es, pasar desde la independentitis a la partidocracia, no es garantía de triunfo si no se logra una diferenciación sustantiva con el Congreso –una de las principales causas del amplio apoyo al Rechazo.
Una tercera posibilidad es abandonar la hoja en blanco. Esto me gustaría abordarlo porque, visto de una manera su generis, permitiría una válvula de escape. Aclaro que no promuevo que la discusión se inicie desde la Constitución del 80’, pero sí, como se ha dicho en la prensa, el segundo proceso constituyente tendrá mucho menos tiempo, es necesario optimizar los recursos.
Que exista una propuesta que redacte el Gobierno, con participación de las comisiones de Constitución del Congreso, y sea sobre eso que discuta la nueva Convención, permitiría otorgar márgenes a este debate y fijar clivajes más claros. Retoma el control del proceso el Ejecutivo, permite ampliar los actores involucrados, mantiene activo el poder constituyente. De todas maneras, hay que reponer algo que está en el corazón del socialismo como del liberalismo: el optimismo sobre el futuro como horizonte de posibilidad de cambio. Si el futuro es constantemente una amenaza, cualquier forma de izquierda pierde su atractivo, dado que la mejor alternativa para defender lo que hay es y será la derecha.
Notas
[1] Esto se ve confirmado en el informe que presentaron Miguel Ángel Fernández y Eugenio Guzmán sobre la decisión de voto y participación en el plebiscito, donde una de sus conclusiones fue que el margen de triunfo de la opción Rechazo fue más amplio en las comunas pertenecientes al quintil de ingresos más bajos que en las de mayores ingresos del país. Ver en: https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/chile/2022/09/05/rechazo-saco-ventaja-de-50-puntos-al-apruebo-en-las-comunas-pertenecientes-a-quintiles-mas-bajos.shtml
[2] Titelman, Noam. “¿Adónde fue a parar el apoyo al proceso constituyente chileno?”. En: Revista Nueva Sociedad. https://nuso.org/articulo/Chile-plebiscito-constitucion/
[3] Stefanoni, Pablo. “¿La rebeldía se volvió de derechas?”. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, 2021.
[4] https://www.criteria.cl/descargas/Agenda_Criteria_Agosto_2022-5v6Bq.pdf
[5] https://espaciopublico.cl/wp-content/uploads/2022/06/Presentacio%25CC%2581n-V-Encuesta-Co%25CC%2581mo-vemos-el-proceso-constituyente.-VF.pdf
[6] https://www.criteria.cl/descargas/Agenda_Criteria_Julio_2022-7b5hR.pdf
[7] https://servel.cl/servel-comparte-al-senado-y-la-camara-las-condiciones-esenciales-para-un-nuevo-proceso-electoral/
[8] Araujo, Kathya. “The Circuit of Detachment in Chile”. Cambridge University Press. Cambridge, 2022.
[9] Busch, Tania. “El Concepto de Constitución y la Incomodidad Constitucional en Chile”. En: Global Jurist, vol. 12, 2012.
[10] Escudero, María Cristina; Gajardo, Jaime. “Nueva constitución y proceso constituyente”. En: IdeAs, Idées dÁmériques, vol. 15, 2020.
Véase entrada original en: https://www.revistarosa.cl/2022/09/25/el-momento-constituyente/